Perros de Guarda y Perros de Defensa
04-02-2008
por Sergio Grodsinsky
La conducta y las aptitudes del perro de guarda y del de defensa son muy distintas, pero erróneamente los destinamos a idénticas funciones. En este artículo el autor define las características de ambos grupos y advierte acerca del riesgo de emplear las razas como si los roles fuesen intercambiables.
Un error común, cometido incluso por no pocos adiestradores, consiste en confundir los perros de guardia con los facultados para la defensa: Falsa sinonimia funcional, pues la estructura, actitud y resolución son diferentes y de ningún modo los roles a cumplir permiten el uso de cualquier raza.
Ello se debe a que la excelencia de función responde, fundamentalmente, a la memoria genética de la raza o variedad, es decir, a la aptitud específica vinculada al atavismo y a la gimnasia histórica1, más firme e imperante que las conductas adquiridas (troquelado) cuyo comportamiento “traduce” pulsiones sin la precisión de lo propio, intrínseco y original.
Entre los perros de guardia cabe citar al bulldog, dogo alemán (conocido como gran danés), fila brasilero, mastines -tibetano, mastiff, bulmastiff, napolitano, del Pirineo, leonés-, pastor húngaro, dogo de Burdeos y, según algunos autores2, el dálmata y el basenji. Las razas más difundidas para la defensa son el pastor alemán, Dobermann, boxer, ovejero belga de Groenendael, schnauzer gigante, Airedale terrier y rottweiler, y menos tradicionales, si bien óptimos en eficacia, ovejero belga de Malinois, american pitbull terrier -y su variante oficial, american staffordshire terrier-, Akita inu y sampson american bulldog.
Los perros de guardia
Se trata de perros escasamente sociables, muy desconfiados, que en la defensa asumen el papel pasivo (por reacción, más que acción). Protectores del territorio, antes que de las personas. Dentro del espacio a su guarda, los ejemplares de este grupo se muestran recelosos, inclusive para con la familia del dueño, pero nunca agreden sin advertencia previa. Al advertir la presencia de un intruso, buscan alejarle del territorio a su cuidado (la huida los conforma) y, como tienen resto, preferirán no morder. En la función de custodiar bienes son óptimos e insobornables.
Los perros de guarda se distinguen por su temperamento vivaz -aunque serios-; no es necesario que posean un gran temple, pero sí condiciones para la vigilancia, más agresividad que combatividad, y autonomía de resolución, pues han de cubrir servicios a solas, sin un hombre conduciéndoles u ordenando el proceder en la emergencia.
Una creencia corriente -tan manida como de equívoca consecuencia- es la de que, para cumplir bien su labor, el perro de guardia debe estar totalmente aislado, sin ningún contacto con el mundo exterior, encerrado durante el día en un canil o atado a la cadena y liberado a la noche. Yerro gravísimo: El perro aislado, marginal -cualquiera fuese su raza o sexo-, se convierte en un individuo neurótico, angustiado, que agrede por temor y en detrimento de obrar con inteligencia, medida y efectividad.
El cave canem inscripto en aquel mosaico de Pompeya, previniendo al extraño que sería mordido de trasponer los límites de la casa, alude al típico perro de guardia de la época, un mastín pugnace3, a juzgar por el dibujo del cartel (el de un moloso negro, con orejas recortadas en triángulo, provisto de carlanca -collar de clavos- y sujeto a una cadena de eslabones rectangulares).
Los perros de defensa
A diferencia de los perros de guardia, el can apto para la función defensiva (y eventualmente le ataque) se distingue por su actitud generosa y sus lazos de extrema amistad con el hombre, al que tienen por indiscutible líder de jauría.
Vale pues una observación: Los caninos constituyen una especie social por antonomasia, pero en tanto los de guardia lo son menos, circunstancialmente, los de defensa conforman el grupo de socialización forzosa o casi (tendencia habitual e instintiva) de ahí el reconocimiento jerárquico y su sentido del orden que dichos cachorros reciben en la impronta (conducta aprendida entre las tres y siete semanas de vida, y que muchos ethólogos remiten al mismo nacimiento).
En estos perros, pues, la defensa asume un rol activo, propensión que los capacita a afrontar cualquier amenaza hacia el humano amigo o, inversamente, a combatir contra perros y humanos “de otra jauría”.
Su disponibilidad a convivir o a subordinarse al hombre, a estar junto o en medio de la gente, puede sorprender al neófito. La jauría atávica, reforzada por la impronta, es la explicación. Y que, de ser necesario, confronte con el ajeno (a la familia, a ésta como jauría), queda explicado en el mismo axioma de protección grupal. Incluso el perro podría volverse en contra de quién, con anterioridad, estaba familiarizado y unido a él…porque, en toda jauría, el grado de líder no es inamovible, ni se hereda, debe demostrarse de continúo, y las vacilaciones o las órdenes contradictorias del humano dominante suelen desencadenar luchas por el poder, por el ejercicio del mando (sólo no ocurrirán tratándose de un pésimo perro, miedoso y, obviamente, poco confiable para la defensa de la familia-jauría).
De lo expuesto se desprende que la dote más importante en los perros de defensa sea el equilibrio psíquico. Animales locos, mordedores, no sirven; como perjudica a la policía y a la sociedad el mantener en la institución los llamados “gatillos fáciles”.
El Dobermann, raza sobre la cual recaen numerosas fantasías, resulta en realidad un perro de defensa muy equilibrado (aunque de rápidas reacciones y siempre vigilante). Más aún, ethólogos reconocidos 4 nos dicen que, “respecto a lo que fue hace tres décadas, el Dobermann perdió carácter, es hasta demasiado manso; funciona con los ladrones por el mito de lo que era, y porque, al perder su potencial pero conservar los propósitos de crianza, se hizo ladrador incorregible y constante vigía”. Adiestrado, empero, continúa prestando interesantísima utilidad: por su inteligencia, rapidez de aprendizaje y fidelidad a la familia (jauría a la que pertenece).
En suma, un buen perro de defensa reunirá las siguientes cualidades: serenidad y capacidad de asimilación -para soportar eventuales daños o castigos durante su accionar-; poseer buen oído, olfato, presteza, acometimiento, postura atenta e intuición -a fin de no alertar al dueño innecesariamente o a causa de estímulos distantes, creando un estado de tensión en aquellos a quienes custodia-; ser dócil, sociable y no demasiado agresivo -para acompañar al amo en las diversas circunstancias- y, por cierto, fiel y animoso al cumplimiento de las tareas que se le encomienda. Un perro-herramienta, además de camarada de afecto y destino.
Consideraciones Generales
A esta altura del texto, el lector comprenderá los motivos de la mayoría de los casos en que amos son agredidos por su propio perro, y lo peligroso de destinar razas a funciones inconvenientes o elegirles conforme una moda, o porque algún amigo se compró uno así o, simplemente, porque nos gusta el aspecto (estética influenciada por la cultura, las costumbre zonales y los consiguientes prejuicios).
Forma parte de la responsabilidad de los criadores el seleccionar para reproducir únicamente a ejemplares equilibrados, descartando los nerviosos, hiperagresivos e insociables (en relación a su raza); no menos que los cobardes, muy tímidos y neuróticos. Y recién en segundo lugar, por look. El criterio de las exposiciones, premiando según apariencia física y la elegancia (pura convención y absolutismo cambiante, cuando no inclusive obra de oscuros intereses), condujo a muchas nobles razas a su decadencia -funcional y anatómica- o en la distorsión, tranformándoles en perritos de adorno, con pelaje de show, conducta de pista y, en casa, histéricos incorregibles. Quien descuide el carácter de los reproductores no hará un buen aporte -que debería ser obligatorio– a las razas de guardia y de defensa.
Igual proceder habría que seguir ante el posible nuevo propietario: evaluar si hay correspondencia entre él -y su familia, entorno y formulaciones de rol canino- y la raza que criamos y le venderemos. El lugar adonde irá, incluidos los dueños -como modelo psicológico y la convivencia respectiva- también es responsabilidad del criador.
Equivocación común ha sido hasta ahora el que la gente adquiera perros para la defensa personal, como el Dobermann o el rottweiler -por ejemplo-, y luego los destinen a la guardia de su casaquinta o los abandone en el jardín, convirtiéndoles en “atrapaladrones”; ciertamente, mejor adquirir una alarma electrónica, que no sufre o, de fallar, no muerde a los amigos o familiares.
Las razas de defensa nacen -y deberían vivir- para defender al amo, como su definición lo indica, y no ocuparse en guardias desvirtuadoras; de requerirse tal servidor, buscaremos un mastín, un bullmastiff o el que más nos convenga y con la garantía de dos milenios de roles específicos. La una, en estrecho contacto con el hombre; la otra, custodiando el terreno de su vivienda o industria.
Recordemos, entonces, que el perro integrado al territorio se vuelve autónomo del hombre (protector, pero de bienes y haciendas); el de defensa, en cambio, cuida los campos y cosas…indirectamente. Funciones distintas que impiden confundir las razas o asignarles trabajos fuera de su condición de género y gimnasia histórica.
Citas
- 1 Mario Perricone
- 2 Fritz Humel
- 3 Bruno Campanella
- 4 Enrique César Lerena de la Serna
Acotación Bibliográfica
Marcel Uzé, Carl Semenic y Edwaed Finnegan, así como artículos publicados por el autor.
AUTOR
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